domingo, 3 de enero de 2016

Elogio de la grieta

El concepto de “grieta” se ha instalado desde hace meses desde el poder mediático como una pseudocategoría que aparenta carácter filosófico. No es extraño encontrar programas de Tv que todavía le dediquen minutos y minutos de aire, y panelistas que parecen haber realizado posgrados en “la grieta”. Ha tenido este concepto la misma suerte que la idea de “Cambio”, es decir, lograron instalarlo con un particular sesgo: deshacer la posibilidad de una continuidad política en nuestro país y fundamentalmente generar consenso público sobre la necesidad de poner patas arriba el camino andado hasta el momento. No solo en todo lo que refiere a la distribución del ingreso sino en el estilo político, las formas, la tradición reivindicada, todo lo que huela a “nacional y popular”, todo lo que huela a “cabeza”, lo que huela a “chori”. Y digo especialmente “huela” retomando aquella idea de Rodolfo Kush, cuando hacía referencia al hedor, enfrentada a la pulcritud.

Hay en esta oposición hedor-pulcritud una intuición muy potente que puede ayudarnos hoy, y que incluso, tiene que ver con la fe. Vale la pena una cita, aunque extensa:

...el remedio natural del que se siente desplazado, un remedio exterior que se concreta en el fácil mito de la pulcritud, como primer síntoma de una negativa conexión con el ambiente. (…) La verdad que tenemos miedo, el miedo de no saber como llamar todo eso que nos acosa y que está afuera y que nos hace sentir indefensos y atrapados. (…) Hay cierta satisfacción de pensar que efectivamente estamos limpios y que las calles no lo están (…) Y lo pensamos aunque sea gratuito porque, si no, perderíamos la poca seguridad que tenemos, aunque sea una seguridad exterior, manifestada con insolencia y agresión, hasta el punto de hablar de hedor con el único afán de avergonzar a los otros, los que nos miran con recelo. (R. Kusch; América Profunda, 1999)

Y continúa explicando Kusch que esta relación es una “aversión irremediable”, que aplicamos a todo lo americano enfrentados a una pretendida identidad europeizada. Frente a los hedientos será cuestión de “internarlos y limpiar la calle e implantar la pulcritud”. La historia de América y de nuestro pueblo está atravesada por esta oposición: la barbarie y lo civilizado; el negro, el indio y el blanco; unitarios y federales; el inmigrante y el criollo; pueblo y oligarquía; peronismo y antiperonismo.

En una recorrida teológica del cristianismo vemos también como la analogía de “la grieta” está legitimada y aceptada, utilizada como algo posible y evidente, provocado por las mezquindades humanas. En la famosa historia del rico llamado “Epulón y el pobre Lázaro”, se le recuerda a aquél que en vida había recibido bienes que “entre ustedes y nosotros se abre un gran abismo. De manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí" (Lc. 16, 19-31). De igual manera en el Evangelio de Lucas, Jesús advierte a sus discípulos sobre los fariseos: “Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo! (…) ¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división. De ahora en adelante, cinco miembros de una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres: el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra». (Lc. 12, 49-53) Están plagadas las sagradas escrituras en la tradición hebrea, cristiana e islámica de este tipo de confrontaciones. Otro claro ejemplo son los salmos llamados imprecatorios que desean la muerte incluso al adversario. La interpretación moderna ha espiritualizado la hermenéutica sobre ellos, pero es imposible esconder el antagonismo que plantean.
Es verdad que Jesús de Nazareth, murió por todos, pero vivió desde los más pobres y corrió la suerte de los delincuentes. Murió como morían los más despreciados. Es desde ahí que está planteada la universalidad de su mensaje: que todos los hombres sean hermanos.

Tanto en la filosofía (hay una amplísima producción en la tradición del humanismo, o en el personalismo filosófico) como en las religiones monoteístas, existe una intuición que tiende a la unidad del género humano y de la búsqueda del encuentro con el otro. Aunque esa unidad siempre parte de la no exclusión de nadie. Cuando hay un excluido, no hay unidad posible.

Hay que ser claros, en política no da lo mismo cualquier cosa. Uno siempre se para desde un lugar, y es desde ese lugar donde mira el mundo y apunta a un horizonte. De esta manera, debemos decir “bienvenida la grieta”, “la grieta aclara”, “no da lo mismo cualquier cosa”. Siempre hubo grieta porque siempre hemos podido elegir dónde pararnos.
Mienten aquellos que prometen unidad, porque no hay unidad posible planteada sobre la base de la exclusión de algunos sectores sociales. O se benefician unos, o se benefician otros. El modo único de bien-estar social que se plantea, es posible sólo en el camino del crecimiento humano, social y económico de los más humildes. Pero no para, creciendo, convertirse a la lógica de los sectores de poder (develar esta dinámica es tarea de la militancia social). De esta transformación de mentalidad de oprimido en opresor tiene mucho que ver la influencia de los medios masivos. No extraña entonces que amplios sectores populares terminen avalando políticas que le serán contrarias. Como escribía Paulo Freire “la gran tarea humanista e histórica de los oprimidos: liberarse a sí mismos y liberar a los opresores” de esta dinámica diabólica1 de la deshumanización.

La patria es el otro

Más allá de las acepciones políticas, hubo en esta expresión de la ex presidente una genial intuición y definición política. Aquél sustrato unificador, aquella identidad común que reúne en un origen y un destino colectivo, marcada por la pertenencia a la tierra de nuestros padres y madres, a nuestros antecesores, a nuestra herencia, tiene un carácter fundamental que es la vida plena del otro. Especialmente el otro que sufre, el otro que es otro por lejanía social, por diversidad cultural, sexual, económica, religiosa. La Patria en este caso es una pertenencia inclusiva, una identidad que integra.
Mauricio Macri, llamativamente en su jura como presidente evitó decir la fórmula que reza “desempeñar con lealtad y patriotismo el cargo de presidente de la nación” y reemplazó por “lealtad y honestidad”. Esta omisión nos permitiría jugar con la idea de que en la nueva administración pública existe, incluso semióticamente, una ausencia del otro como conciencia libre y autónoma. Sin embargo, el nuevo presidente sí rezó la parte de la fórmula que dice “que Dios y la Patria me lo demanden”. Esto es, hay una comunidad humana, que está junto a la figura trascendente de Dios, vigilante y juzgadora. Vox populi, vox Dei. El Pueblo, la Patria, que como una multitud de otros diversos espera que no se obre en contra de sus intereses.
El Cardenal Poli en el Te Deum en la Catedral porteña, algo que fue poco advertido, dedicó sus palabras a esta idea de Patria e incluso leyó una oda de Borges sobre el tema, como recordando la trascendente importancia de su omisión.


La distinción nosotros/ellos es constitutiva de la política

No existe posibilidad de vida democrática pretendiendo la unidad total de los intereses. Esa “unidad” proclamada y deseada desde los programas televisivos del prime-time es la anulación de toda política democrática. La anulación de los deseos del otro. Traducido significa la dominación total de los intereses de algunos. Solo ahí será la desaparición del conflicto. Es la paz de los cementerios. De algún modo, es la concepción de la política liberal entendida como amigo/enemigo. Al enemigo se lo destruye. Fue la oposición y su infantería mediática, sumado a no pocos errores del gobierno saliente quién generó un ambiente de antagonismo destructivo.
Sin embargo, una concepción necesaria, como democracia raizal2 requiere entenderla desde la dinámica nosotros/ellos que acepta unas reglas de juego comunes y pugna por una nueva hegemonía de intereses, pero no con la eliminación el otro sino con el sometimiento adversarial dentro del marco de las reglas de juego comunmente consensuadas (por ej. el sistema constitucional vigente). A esto llama Chantal Mouffe un modelo agonista de lo político. Entiende la posibilidad de “una grieta”, incluso como deseable y necesaria, pero en la cual ninguno se caiga dentro. Esto quiere decir entender al conflicto como constitutivo de la dinámica política. En una democracia raizal al adversario se lo derrota legítimamente no se busca su eliminación, sino más bien instalar una nueva hegemonía.

Un Papa con política y teología agonista

En esta línea se encuentran las enseñanzas sociales del Papa Francisco. En Evangelii Gaudium (2013), su primer exhortación apostólica, enuncia cuatro principios cristianos para marchar en la construcción de un mundo con paz, justicia y fraternidad. Allí aclara:

la paz social no puede entenderse (...) como una mera ausencia de violencia, lograda por la imposición de un sector sobre los otros. También sería una falsa paz aquella que sirva como excusa para justificar una organización social que silencie o tranquilice a los más pobres, de manera que aquellos que gozan de los mayores beneficios puedan sostener su estilo de vida sin sobresaltos mientras los demás sobreviven como pueden. Las reivindicaciones sociales que tienen que ver con la distribución del ingreso, la inclusión social de los pobres y los derechos humanos, no pueden ser sofocadas con el pretexto de construir un consenso de escritorio. La dignidad de la persona humana y el bien común están por encima de la tranquilidad de algunos que no quieren renunciar a sus privilegios. (EG, 218)

Es así que, si bien Francisco nos exhorta a buscar la prevalencia de la paz sobre el conflicto, reconoce que “el conflicto no puede ser ignorado o disimulado. Ha de ser asumido. Pero si quedamos atrapados en él, perdemos perspectivas.” ¡Cuánto servirán estas palabras para hacer un exámen de conciencia de nuestra militancia!
De la misma manera utiliza la metáfora del poliedro (EG, 236) (en contraposición a la esfera) para comprender de una manera inclusiva, las diversidades existentes a nivel global y cómo estas deben integrarse en las dinámica de una globalización de la solidaridad, respetuosa de los intereses de las comunidades humanas y de la Tierra. Esta visión entra en contradicción con la globalización universal y unipolar que plantean los intereses del capitalismo financiero liberal, condenado por inhumano e idólatra, por lo tanto no cristiano.

No casualmente, el Papa en sus primeros discursos compartía el deseo de que sus pastores, (y por qué no el laicado) tuviera “olor a oveja”. Ese olor (hedor) propio de lo popular, de la vida cotidiana, del trabajador satisfecho por su trabajo y lucha diaria, el olor del guiso solidario, de la fraternidad y no del individualismo pulcro que solo piensa en cerrar la grieta que gede. Ahí debe estar, y desde ahí pensar y hacer política, quien pretenda la unidad, la paz y la fraternidad social, sobre la base de la justicia.



La imagen pertenece a diarioregistrado.com

1Del griego dia-baléin, “separar, dividir, desunir”. Las dimensiones de diabólico-simbólico en la naturaleza y la vida personal y social son desarrolladas por el teólogo brasileño Leonardo Boff.

2Mouffe utiliza la expresión “democracia radical”. Debido a la acepción partidaria que el término tiene en nuestro país prefiero utilizar el termino “raizal”, sumando también el desarrollo que hace sobre el adjetivo la filósofa Isabel Rauber.

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